domingo, 17 de enero de 2016

ACK: Retorno y Juicio

Entraron los tres en el pueblo con las dos muchachas después de que los hubieran dejado en la entrada durante varios minutos aguardando. Alguien dentro no esperaba su regreso. Ahnvae y Othar sabían que habían sido guiados a una trampa, y Lámorak traía a dos muchachas del pueblo, secuestradas y rescatadas... ¿A qué demonios esperaban para abrir?


A poco que se abrió el postigo empujaron la puerta con rostros duros y miradas furiosas. Más de uno, viendo el aura del joven paladín y la presencia casi extraterrestre de los dos "duendes" (como llamaban a los elfos) estaba aterrorizado. El mismísimo burgomaestre, recién llegado, ordenaba a su guardia (muchachos disfrazados de soldados) que detuvieran a los tres extranjeros con voz entrecortada, por alterar la paz.
Entonces llegó el envejecido maestro cervecero y la vio. Era ella. Su amor. Su vida. Por la que había perdido una pierna y parte de un brazo y cara. Era ella. Y ella también lo vio. Su amor de niñez, de adolescencia. Su prometido llegados a edad de casamiento. 

Ludvig de Hoog tenía más de cincuenta años. Su joven prometida, unos veinte. Los tres amigos no entendía nada, pero algo estaba claro: el Tiempo no funcionaba del modo convencional en este lugar perdido de la mano de los dioses.

Los acontecimientos se sucedieron de modo todavía más extraño: la gente del pueblo apresó a un enloquecido burgomaestre, acogieron como héroes al grupo (especialmente a Lámorak de Bors, al que veían relacionado con el santo Sir Cuthbert de Bors, cuyo cráneo custodiaban en un farol a la entrada del pueblo que, al parecer, detectaba seres malignos).
En la taberna todas las familias y personalidades importantes tenían su jarra de cerveza de porcelana. Incluso los Strigoi, como una burla de esos vampiros a Walkenburgo: bebemos en el pueblo cuando queremos. Lámorak estrelló la jarra en el suelo demostrando que eso se había acabado.

El día siguiente fue largo: al burgomaestre lo condenaron a la pira por aclamación popular (comenzaron a reunir madera ante el consistorio). Lo interrogaron, pero poca información sacaron de un enloquecido y vengativo servidor de los... ¿Strigoi?
Por otro lado Lámorak agradeció al herrero su trabajo, y Othar (cambiando su opinión anterior) decidió darle toda su plata para que reforjara su arma con plata. Como no podría tener el sable de Othar a tiempo, el paladín decidió echarle una mano durante varias horas.

Mientras, Othar y Ahnvae pasearon por la villa, ya que estaban desarmados y no podían hacer lo que querían: volver a la choza de Heron. En el camino, tras una esquina, una pequeña figura de voz femenina llamó su atención con un susurro... Si querían saber más, les dijo, deberían ir los tres en un par de horas a la choza de Heron... muchas cosas se aclararían entonces. La figura desapareció, pero Ahnvae intentó seguirla, pero en el tiempo en que Ahnvae subió a un tejado ésta en dos saltos estaba en el tejado de una casa y en otros dos pasaba por encima del muro de la villa y se encontraba fuera. Fue entonces cuando un grupo de muchachos comenzó a apedrear al elfo, que tuvo que bajar a toda velocidad del tejado. Othar les explicó a los chavales que todo iba bien. Los muchachos admiraban al grupo, y detestaban la orden del antiguo burgomaestre en la que se prohibía la autodefensa del pueblo... querían aprender a defenderse e incluso contraatacar: madres y padres muertos, hermanas desaparecidas. No se resignaban. Othar les habló con respeto y ellos prometieron informar de cualquier cosa. Luego volvieron a la herrería.

La espada estaba lista. Era más flexible, brillante y tenía runas de los cinco elementos. Othar la miró con suspicacia (había dado mucha plata para esto) pero agradeció el trabajo. Por su parte, el herrero no tenía más armas, excepto una espada de madera. Ligeramente curva, con pinta de haber sido muy pulida... y hecha de la madera del bosque en el que había estado Othar. Es más, la madera era del mismo tipo de árbol.


El herrero dijo que el trozo era más grueso, pero que lo había pulido y pulido con técnicas de herrería (el carpintero del pueblo había desistido) hasta conseguir esa dureza. Ahnvae miró con menosprecio "ese palo", pero como había perdido sus espadas en la huida a través del río, no tenía otro remedio.
Wolfgang Silversmith, el herrero, les deseó suerte.

Los tres decidieron acudir a la cita con la misteriosa figura. Salieron de la villa con sus armas prestas, y se acercaron con sigilo a la choza de Heron, a unos 20 minutos de Walkenburgo.

Ahnvae, nightblade, se adelantó con sigilo, pero fue emboscado: con una daga en la garganta tuvo que entrar en la choza sin que sus amigos se percataran de lo que sucedía.

Allí fue puesto en grilletes sentado en una silla, con el olor del putrefacto Heron a poca distancia. La voz femenina amenazaba al elfo: exigía y exigía. Por lo visto andaba buscando algo. Cuando Lámorak y Othar se acercaron fue por los gritos de Ahnvae... ante su negativa de dar información perdió su oreja izquiera.
Al entrar tuvieron que detenerse y soltar las armas. La mujer (tal vez gnoma) llevaba un monóculo mecánico en el ojo y unos extraños zancos en las piernas. Exigió a Lámorak que dejara en la mesa su medallón (un medallón con la Cruz de San Cuthbert que había encontrado en el Bastión Strigoi). Luego los echó fuera de la choza.
Ahnvae vio cómo manipulaba la cruz, sacando una gema del interior de un pequeño depósito secreto. Luego sacó un pequeño vial no mayo que un meñique y se lo pegó a la mejilla al elfo, dejando caer un par de gotas de sangre. Ante los nuevos gritos sus amigos entraron. Fallaron. Othar lanzó un espadazo y, percibiendo que la gnoma no era realmente malvada, Lámorak decidió intentar agarrarla. Pero nada.
Con una acrobacia, la figura borrosa lanzó el vial al suelo, rompiéndose. Esquivó nuevos golpes que, en una jugada del destino, provocaron que Othar clavara su espada en la espalda de Lámorak. La gnoma huía ante sus narices. Al menos, en uno de los golpes Othar había roto sus zancos.

Intentó liberar a Ahnvae, pero los grilletes necesitarían tiempo para ser abiertos, y su amigo estaba en el suelo medio muerto. Mirando a lo lejos a la gnoma decidió correr tras ella... pero frenó. Ese vial tenía algo, un olor especial que actuó como reclamo: bajo la noche eterna la choza estaba siendo rodeada por lobos.


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sábado, 16 de enero de 2016

ACK: Transplaneando

Al caer en el limbo interplanetario parecían estar perdidos, pero el grupo se reunió de nuevo en este lugar nuevo y desconocido. La oscuridad de una noche aparentemente eterna, y una luna que no era Selune fueron la bienvenida recibida.
Othar, el spellsword, había caído en un bosque de coníferas. Consiguió salir del mismo escapando de hambrientas arañas gracias a su pericia con las antorchas. Ahnvae, el nightblade, y Lámorak, el paladín, se reencontraron con Othar en su huida (Nota del Máster: contaba con que el jugador de Othar iba a faltar un par de semanas y pensé en hacerle el seguimiento de lo que hacía por email, pero al final pudo venir).

Se dirigieron a un pueblo cerca de un río. Era circular, con una empalizada alta y bien defendible, con una sola entrada. El guarda dijo que se llamaba Walkenburgo. En el exterior había un puente antiguo que cruzaba el río hacia un bastión pequeño y ruinoso.
Empezaron mal, ya que el guarda les cobró 5 monedas de plata por cabeza para poder entrar (en realidad pagó el paladín, ya que los elfos parecían más de raza enana que élfica en su renuencia por pagar para estar protegidos... pero, ¿protegidos de qué?).

Allí vieron maravillas extrañas, como una plaza-mercado rodeada de talleres de azulejos, vidrio, herrajes... Cosas poco comunes en el Faerun que conocen. La gente vestía extrañamente, con calzas y camisa con chaleco. Interactuaron con Urich, el tabernero; y con Ludvig de Hoog, el mutilado Maestro Cervecero (mutilado al intentar recuperar a una de las muchachas del Bastión Strigoi: su prometida). Conocieron en la taberna que la villa estaba cerrada a cal y canto por las idas y venidas de los Strigoi, habitantes y señores del baluarte que, periódicamente, se llevaban a alguna muchacha como tributo en el silencio de la noche eterna que se sumía sobre Walkenburgo.

Tuvieron un encontronazo con Jan van Elke, el burgomaestre, al insinuar que ellos (quizás) podrían resolver el problema. También se percataron de que todos los pagos en la villa se realizaban con monedas de plata: no se aceptaba otra divisa.
Sólo el herrero, Wolgang Silversmith, se ofreció a echarles una mano forrando las armas con plata a cambio de un pago generoso en monedas de ese metal. Lámorak de Bors, el paladín, decidió no discutir más con los dos elfos que, negándose a dar plata para mejorar sus armas (cosnideraban que su oferta de ayuda era suficiente pago), vieron al humano negociar con el herrero y entregar su mandoble y su daga.
Alquilando una habitación en la taberna, descansaron con un Lámorak medio enfurruñado por sentirse el único en mostrarse amistoso con los habitantes de Walkenburgo.

Al no haber ni atardeceres ni amaneceres (sólo una medianoche eterna) no supieron si lo que hicieron fue dormir o tomar una siesta, pero al "día" siguiente se levantaron y almorzaron. El paladín salió rumbo a la herrería tras la negativa de acompañarlo por parte de sus dos compañeros: iría solo al baluarte a buscar a las muchachas raptadas por la familia Strigoi.

Por su parte, los dos elfos pasearon por la villa buscando información, siendo la más importante la presencia de un elfo en las afueras del pueblo, llamado Heron. Por cómo lo describían los descreídos del pueblo, dedujeron que el tal Heron tampoco era de este "plano", y que debía de tratarse de algún tipo de mago.
Curiosamente el burgomaestre los invitó al consistorio, y les ofreció un contrato para eliminar a los Strigoi. Lo primero era contactar con Heron en su choza, y tendrían una importante recompensa.

Suspicaces, los dos elfos fueron hasta allí.

Mientras, Lámorak salió también del pueblo, atravesó el puente de piedra que salvaba el río que separaba la villa y el bastión y se internó en solitario en la ruina que era el baluarte. Un muro circular con un par de edificios dentro eran todo, con dos torres bajas, una de las cuales era un amasijo de piedras a ras del suelo, permitiendo entrar en el patio de armas escalando la ligera colina que formaban. Las aventuras que corrió dentro (encontrar la reliquia en forma de mano de San Cuthbert, lucha con murciélagos enormes y con criaturas no-muertas, encontrarse con dos pálidas jóvenes... y con Gregor Strigoi, vampiro de Walkenburgo).
El encuentro fue extraño, ya que el vampiro era, claramente, un enemigo muy superior... pero, de alguna forma, el joven paladín estaba seguro de sus posibilidades. El vampiro se arrojó sobre el humano, pero este alzó la mano huesuda de San Cuthbert, que destelló como mil soles. Al recuperar la vista, del vampiro sólo quedaban restos de polvo, y de las muchachas sólo un rastro de la palidez. Una de ellas era, inequívocamente, la prometida del maestro cervecero Hoog.

Abriéndose paso junto a las dos muchachas alcanzó la salida de aquel laberinto que era el bastión. Al salir, y tirados en el exterior del bastión en la orilla del río, estaban Othar y Ahnvae, empapados. Habían ido a la choza del elfo Heron y se lo habían encontrado muerto, destrozado dentro de la choza. Justo a él había una vara de un palmo y medio de madera afilada por un extremo y roma por el otro. Era una trampa: tres licántropos los cercaron. Sólo gracias a la magia de Othar, que descargó sus proyectiles mágicos sobre uno de ellos, pudieron abrise paso y escapar saltando al río (un moribundo Ahnvae perdió sus armas en el proceso). Heridos y agotados, se habían tirado sobre la orilla, bajo el bastión, cuando vieron salir a Lámorak.
Las manos sanadoras del paladín curaron parcialmente al nightblade Ahnvae, desarmado y casi muerto.

Tres lobishomes llegaban con premura por el puente (por algún motivo no atravesaron el río). El líder avanzó varios metros por delante, encontrándose a un Lámorak protector en porta di ferro aguardando. El paladín fue más rápido y un potente mandoble con su espada argéntea y un embrujo en forma de proyectil por parte del spellsword Othar arrancaron al licántropo del suelo, acabando con su existencia. Los otros dos frenaron en seco, y volvieron por donde habían venido, rumbo al pueblo bajo la noche eterna de Walkenburgo.